miércoles, 15 de abril de 2020

Madre huérfana… Mis hijas migraron


Tiempo que no escribo, pero en cuarentena hay tiempo de hacerlo y muchas ganas de retomarlo, también.

Al final Sí Migramos… Era lo que menos esperaba hacer pocos años atrás.
Quiero contarles como fue el proceso de la familia y el mío en particular, por si estás pasando por algo similar y puedas aprender de mis errores y mis aciertos.
En esta primera entrega me enfoco en la migración de mis hijas. Luego cuento sobre mi migración. Porque ya saben que también migré, persiguiendo a mis hijas. Estoy cumpliendo un año en España esta semana.
No es una decisión para nada fácil. Y en el caso de mi migración, casi que no tomé yo la decisión. Me vi empujada a hacerlo, en un momento que me preguntaba todos los días: ¿Me voy o me quedo? Con los hijos la decisión tampoco es fácil, pero cuando ves que ellos sí están decididos a migrar, ya la decisión no es tuya, es de ellos, y lo que yo hice fue apoyarlas en todo lo que pude. Gracias a D-os, también su papá las pudo apoyar, y eso les facilitó un poco las cosas, o mejor dicho: se les hizo menos difícil. Porque fácil nunca fue.

En el caso de Sarah, mi hija menor, desde pequeña tenía claro que ella no estudiaría ni viviría en Venezuela, luego de graduarse del colegio. Yo creo que en su caso era porque vivió como la vida fue cambiando en el transcurrir de los años. Vio como las situaciones cambiaban de cómo las vivía Brenda y luego cómo le tocaba a ella vivirlas. Por ejemplo: cuando Brenda hizo su Bat Mitzvah, le pudimos hacer una fiesta muy bella, con amigos, una pequeña orquesta, un buffet delicioso. Cuando Sarah hizo su Bat Mitzvah, la llevamos a comer a Fridays con 2 amigas. Cuando Brenda empezó a salir con los amigos, no hubo mayor problema. Cuando le llegó esa edad a Sarah, nos daba miedo, inclusive a ella misma, salir. Por lo que su vida social se limitaba a ir a casa de amigos y pasar la noche ahí, para buscarla en la mañana.

Yo me imagino que en la cabecita de Sarah estaban todas las películas y series que veía y anhelaba esa adolescencia, no la que se le podía ofrecer en Venezuela. Ella tuvo la fortuna de poder ver cómo era la vida en otros países, y siempre comparaba. Y se le sentía en sus comentarios un anhelo de lo que veía afuera y un rechazo de lo que vivía en Venezuela.

El caso de Brenda era distinto: ella disfrutó mucho más que Sarah a Venezuela, y desarrolló un sentimiento de patriotismo distinto. Brenda quería ser protagonista de la recuperación del país. El migrar era un tema que Brenda no hablaba. Si en algún momento se lo planteaba, ella estaba negada a irse, aunque tuviera que quedarse sola en Venezuela.

Pero ahí ves como el país mismo te decepciona y te hace cambiar ese sentimiento. No dejas de querer al país, solo ves que él ya no te responde como esperas. Y como pasa con las parejas: si luchas y luchas, pero la otra parte no corresponde, toca separarse. No quieres sufrir más.

Sarah también ama a Venezuela, pero ella ya veía como un caso perdido la relación con Venezuela, y se le hacía más fácil verse lejos de ella.

Para ambas era dejar su comodidad, dejar sus amigos, y enfrentar toda una vida nueva: nuevas costumbres, nuevos estilos. Pero así mismo, era disfrutar por primera vez una vida NORMAL.

El caso de Brenda fue el más repentino, el menos esperado. Yo no estaba preparada para su migración. Todo empezó en el 2017, cuando tuvimos 4 meses de protestas en Venezuela. Brenda se entregó a las protestas. Mucha gente me preguntaba cómo yo la dejaba ir. Y mi respuesta era: "Yo quiero ir. Yo quiero luchar por Venezuela. ¿Cómo le voy a decir a mi hija, haz lo que yo digo, más no lo que yo hago?". Yo he tratado siempre de colocarme en su edad, y pensar: qué querría yo hacer a esa edad y qué me gustaría que mi mamá me dijera. Sabiendo siempre que hablamos de una joven muy responsable.

Ella creía fielmente que el país necesitaba de ella y de todos los jóvenes para salir adelante. Dejó el trabajo para poder salir a la calle y colaborar en lo que hiciera falta. Estuvo de acuerdo en sacrificar un semestre de estudios por el país. Pero a la vez, se enfrentó con un pueblo que no apoyaba sus ideales. Vio como jóvenes cercanos a ella morían, y eso la ponía más furiosa, y con más ganas de seguir protestando. Ella podía ser uno de esos jóvenes, y con la pasión que la caracteriza, vivió esos momentos con rabia, dolor. Pero esos sentimientos creo que eran su combustible para seguir luchando. Pero su gran decepción vino, cuando al cabo de 4 meses de sacrificios y luchas, el país volvió a la “normalidad”, y nada cambió. Solo casi 200 jóvenes menos, casi 200 familias lamentando su pérdida. Pero seguíamos con el mismo gobierno autoritario, las mismas o peores condiciones de vida, la crisis económica cada vez peor, por lo que la seguridad era también aun peor. Todo su sacrificio lo vio desvanecido, y por supuesto, no quiso seguir luchando.

En el caso de Sarah, lo vivió un poco más alejada, porque yo no la dejaba ir a las protestas, solo iba conmigo, y cuando era algo supuestamente “tranquilo”. Lo más fuerte que ella vivió fueron las protestas en la calle donde  vivíamos. Ahí tuvo bombas lacrimógenas, huidas de la Guardia, etc. Y todo esto fue para ella, más bien, una confirmación de su idea, Venezuela no era el país donde ella quería vivir su juventud. Ella no tenía claro si volvería para su adultez. Pero por lo pronto, quería irse a otro país. Sarah es mucho más práctica. Es algo que admiro de Sarah. Ella no se enfrasca en ideas o situaciones que no tienen solución. Tiene la capacidad de imaginarse cómo se va a desarrollar el tema, y puede decidir, previamente, si tiene sentido o no continuar con esa lucha.

En ese verano, Brenda y Sarah tuvieron la oportunidad de irse a Miami, a estar con su hermana mayor, por el tiempo que fuera necesario. Pensábamos que quizá las protestas podían continuar, que habría más muertos, y que las clases no iban a comenzar a tiempo. Pero nada de eso pasó. Como dije antes, el país volvió a su “normalidad” surrealista.
Mis dos muchachitas, a los 17 años de Sarah y 19 de Brenda, se fueron a buscarse la vida a USA. La hermana de ellas, Ana Sofía, las ayudó al máximo. Consiguieron empleo gracias a ella, y un lugar dónde vivir, también con el apoyo total de Anita. Pero se puede decir que mis hijas se mantuvieron solas por esos meses.

En el momento que les tocaba regresar, al cabo de 2 meses, el papá de mis hijas asomó la idea de dejarlas afuera definitivamente. Yo me negué rotundamente. A Sarah le quedaba solo un año de colegio. Cualquier otra opción fuera del país, le implicaba por lo menos 2 años más de colegio. En el caso de Brenda, ya llevaba la mitad de su carrera. Le faltaba solo 2 años. Y culminar su carrera le daría herramientas para buscar trabajo y estudiar su postgrado, en cualquier lugar del mundo.

Pero al final, lo que pasó fue que Sarah volvió para terminar su colegio, pero Brenda decidió que no volvía a la Universidad. Inició su búsqueda de a dónde migrar. Recuerdo nuestras conversaciones. Ella me pedía que aprobara su decisión. Yo lo que le decía era que no estaba de acuerdo, pero la apoyaba como la que más, en lo que sea que ella decidiera. Ella lloraba. Le daba miedo la decisión que estaba tomando. Y necesitaba que yo le dijera que estaba de acuerdo, y lo que se me ocurrió decirle fue que yo a su edad quise tomar varias decisiones. Mi mamá no estaba de acuerdo y no pude hacer cosas que quería hacer a su edad. Yo considero que mi mamá se equivocó en alguna y en otras no, por lo que le dije a Brenda que yo también me podía estar equivocando. Que no me pida que opine igual que ella. Que le iba a decir solo una vez lo que pensaba, y luego no se hablaba más del asunto. Nunca le diré: “Te lo dije”, en caso de arrepentimiento. Lo que sea que decida, pues hacia allá iremos las 2. Yo pensaba que debía seguir en Venezuela, terminar su carrera y luego irse. Ya habíamos hablado Sarah y yo, que ella cursaría un año de universidad en Venezuela, para irnos las 3 juntas luego. Además, estábamos en el proceso de obtener la nacionalidad españoles, y sería más fácil migrar siendo español.

Brenda me decía algo que me hizo entender su desespero por irse: “Ma, mírate cómo estás. No estás preocupada por mi seguridad. Yo estoy lejos. Trabajo, salgo y tú no tiene el miedo que tienes cuando yo estoy en Venezuela. Y yo con mi trabajo, mal que bien, puedo vivir. Me compro mi comida, salgo de vez en cuando, tengo amigos. Tengo una vida que no veo que pueda tener en Venezuela.”. Acá es cuando ella se dio cuenta que la vida podía ser distinta (lo que ya había visualizado Sarah) y que ella la quería vivir. No le importaba dejar sus comodidades. La casa donde estaba todo listo, comida, cama, etc. Ahí fue cuando ella empezó a ver su vida primero que su país. Y eso no está mal. Llega un momento donde a todos nos pasa eso. A unos antes que a otros. Pero nos pasa. De igual forma me pasó a mí. Como me dijo una vez un buen amigo: "Simy, si ya no tienes esperanza en el país, vas a tener que irte". Y así le pasó a Brenda. Ya no tenía esperanza. Ahora le tocaba luchar por su vida, que es lo que le quedaba. Suena dramático, pero es por lo que uno pasa, cuando decide migrar.  La vida en Venezuela no es vida. Uno está es sobreviviendo cada día. No puedes pensar en un futuro, en un plan. Es vivir cada día a la vez. Pero lo soportas porque tienes la esperanza que eso va a cambiar, y tú vas a ser parte de los constructores del nuevo país. Pero cuando ya pierdes esa esperanza, la vida en Venezuela, no tiene sentido. Sufres cada día. Sufres con lo que ves a tu alrededor. O sales corriendo o entras en depresión. Por eso, yo siempre he entendido ambas posiciones. Cuando estaba en Venezuela, entendía al que se fue. Valiente y atrevido. Ahora que estoy fuera, admiro a los que siguen en Venezuela: valientes y atrevidos también. Ninguna posición es fácil.

Brenda volvió a Venezuela a finales de Noviembre del mismo 2017. Y para el 15 de Enero del 2018 ella se estaba yendo con visa, inscripción en universidad y todo listo, para hacer un semestre de intercambio en Madrid, en la Universidad Carlos III, una de las mejores a nivel mundial en su carrera, Economía.

En Madrid la recibieron mi hermano Salvador y mi prima Alegría. Siempre agradeceré que hayan hecho lo que yo no pude hacer, acompañarla en esos primeros días.

Al llegar a España, a Brenda le tocó firmar en notaría el documento para obtener la nacionalidad española, por lo que faltaba 10 meses o un año, para ser española. Ya Sarah y yo teníamos la nacionalidad. A las 2 semanas de llegar Brenda, ya estaba viviendo en su nueva residencia, cerquita de la universidad, asistiendo regularmente a clases y buscando las alternativas para quedarse definitivamente. Otra vez, no fue fácil. Las puertas no se le abrieron de inmediato, al final tuvo que estudiar para la selectividad. Era como cursar un semestre de la universidad y el último año del colegio a la vez. Pero gracias a la disciplina de Brenda logró terminar con éxito su semestre y su examen de selectividad. Obtuvo excelentes notas en el semestre y aprobó la selectividad tan bien, que quedó en su misma universidad y en su carrera. Se dice fácil, pero no lo fue para ella. Muchas veces lloraba y se cuestionaba si había decidido lo correcto. Muchas veces estuve tentada a dejar todo e irme a apoyarla, a estar con ella, a abrazarla y decirle que todo iba a estar bien, como hacía en casa, cuando algo le salía mal, pero nos tocaba a ambas seguir adelante sin ese abrazo. Solo palabras (escritas y habladas) de apoyo y aliento. Obviamente mi rendimiento en el trabajo se vio muy afectado. Y empecé a ver la opción de yo también migrar, luego de irse Sarah. Y lo expresé así en el trabajo. Ya no tenía la motivación de hacer vida en Venezuela. Pero no tenía más alternativa en ese momento.

Brenda volvió a Venezuela a finales de Junio del 2018, con un semestre aprobado y el ingreso a la universidad deseada aprobado también. Vino a renovar la visa, al grado de Sarah, y desde mi punto de vista, a despedirse definitivamente de su país, amigos y familia. Mi muchachita salía de casa definitivamente a sus 21 años.

En esos 2 meses y medio que estuvo en Venezuela, y que además eran también los últimos meses de Sarah en Venezuela, busqué que la pasáramos lo mejor posible juntas. Como dije una vez, fui más abuela que madre. Bajé al mínimo mi nivel de exigencia en casa. Yo solo las quería disfrutar. Para mi cumple, fuimos una semana a Los Roques. Las tuve para mi sola. Nada de amigos, redes. Las playas, los paisajes maravillosos, ellas y yo. De las mejores vacaciones que hemos tenido juntas, aunque nos achicharramos un poco. Quizá 4 días habría sido suficiente, pero igual estuvo riquísimo.

Luego de varios sustos y malos ratos en el consulado de España, y después de una “ayudaita” de la abuela Esther, Brenda logró obtener su nueva visa de estudiante e irse a España a principio de Septiembre, justo para comenzar su primer semestre formal en la Universidad Carlos III.

Hablemos ahora sobre la Migración de Sarah. Tampoco fue fácil, pero sí muy diferente. Sarah estaba entre quedarse en Venezuela un año más, mientras hacía la selectividad, o irse en enero para cursar la selectividad en España. Yo le recomendé que se fuera lo antes posible. Que no iba a hacer nada en Venezuela, si no iba a estudiar. Que mejor se iba pronto, buscara trabajo (ya tenía 18 años) y ahorrara algo, mientas llegaba la fecha de comenzar las clases de selectividad. Y fue lo que hizo. Sarah se fue a mediados de Octubre, mes y medio después de Brenda. Para mí fue el comienzo de una nueva etapa, lo que llamamos en Venezuela: los padres huérfanos. Una cosa es despedir de casa a tu hijo, cuando ya tiene una carrera, y sabe salir adelante por sus propios medios, porque lo has visto, como quizá nos pasó con toda mi generación. Pero otra muy distinta es despedirla para que vaya a probar suerte. Brenda tenía un plan, Sarah iba a ver qué lograba hacer. Su plan era para el próximo año. Pero ella lo hizo muy bien. Mi pioja de 18 años, se comportó como toda una mujer valiente y responsable. Consiguió trabajo y se hizo independiente. Ella se ganaba la vida trabajando en una pastelería, pero trabajando duro. Y a la vez, se daba sus gustos. Siempre he dicho que Sarah es hija de una princesa y su exigencia en el nivel de vida es alto. Pero creo que ella estaba satisfecha con lo que estaba viviendo. Un trabajo muy duro, no muy bien tratado, pero su objetivo lo tenía tan claro, que pa’lante es pa’llá. Así es ella.

Mientras tanto yo me quedé en Venezuela, con todo el tiempo del mundo libre, pero en un país donde no hay mucho qué hacer. Logré consolidar mejor el plan B de trabajo, el que, sin saber, iba a ser mi base para cuando yo migrara. En ese momento no lo tenía muy claro, pero tenía el tiempo y la motivación, para que ese plan B fuera una buena opción. Al punto, que decidí renunciar al trabajo en Diciembre del 2018, porque tenía planificado ir a Madrid mes y medio, a ver a mis hijas, apoyarlas en lo que necesitaran, darles lo que no pude cuando se fueron, y no quería estar atada a un trabajo. A la vez, el viaje también iba a ser una experiencia de qué tal es vivir en Madrid para mí. Otro objetivo del viaje era ver a mi tía Raquel, que se había ido el año anterior. Quería que mi mamá pasara tiempo con ella. Por eso alquilé un apartamento muy pequeño, para mi mamá y para mí, en el centro de Madrid, de 30 mt2. Un cuarto, un baño, una cocina integrada a la sala, con un sofá cama, que casi nunca lo pasó vacío, gracias a D-os, ya que esa era mi idea. Yo quería tener un lugar, sencillo, lo más económico posible, pero céntrico para que a mis hijas les fuera fácil venir, para que pueda ir con mi mamá a dónde sea, y que tenga una vida alrededor, para que mi tía pueda bajar a tomarse un café. Logré todo eso y más. Nuestra casita siempre estuvo full, si no era Brenda, era Sarah, o eran ambas, o era mi tía Raquel, y para más sorpresa, también pasaron por ahí mi hermano Salvador y mi queridísima amiga Nelly. Y adicionalmente, mi mamá logró ir a Israel a ver a mi hermano Samy y toda su familia. Como dice mi mamá: en mes y medio estuvo con sus 4 hijos. Nelly es una hija más para mi mamá. Y yo logré estar en momentos claves de mis hijas.

Ayudé a Sarah a mudarse. Acá pasó algo muy cómico. Ella estaba trabajando. Ya habíamos llevado a casa alguna cosas, pero aún quedaba un perolero por traer. Sarah contrató un Uber y yo fui hasta su casa. Bajamos las cosas,  y me fui yo con el Uber a mi casa, mientras Sarah iba a su trabajo. El chofer del Uber resultó ser una extranjero recién llegado a Madrid y que apenas hablaba español. No conocía muy bien la ciudad, para no decir nada bien. En esos mismos días había protestas de los taxis contra los Uber. Recuerden que yo estaba montada en un Uber. Pues el señor se ha equivocado y se ha metido en una calle donde no había paso y justo pasaba por ahí una de las protestas de los taxistas. La comidilla perfecta. El Uber quedó atrapado en una calle sin salida y rodeado de protestantes. Miles de fotos, golpes al carro, insultos, y yo ahí temblando. Sin poderme bajar, porque tenía los 17 bultos de la mudanza de Sarah. El señor necesitaba retroceder. La vía que había tomada terminaba en un boulevard. No había paso. Pero rodeados como estábamos, no podía moverse. El señor, la verdad, respondió muy bien. No dejaba de sonreír. Nunca se alteró. Y salimos de ahí, por fin. Yo creo que no fueron más de 5 minutos en el medio de la protesta, pero para mí fue como una hora interminable.

También estuve con Sarah cuando perdió el trabajo. Ella me lo venía diciendo. El jefe era una persona muy maltratadora y Sarah no se aguanta nada. Ella te va a decir lo que siente, porque ella tiene claro que se merece el respeto de la gente. Ella tiene claro su valor como persona, como mujer. Y no se va a dejar pisotear. Aguantó porque ese jefe no estaba muy presente, pero cuando empezó a estar más presente, ella me iba diciendo: "Ma, dudo que aguante mucho más en el trabajo. No soporto cómo nos trata el dueño del negocio. Me van a terminar botando".

Una noche, a las 12 o 1 de la mañana, me llama y me dice: ¿Ma, puedo ir para tu casa? Uff, claro. Vente que estoy acá esperando. No tienen idea de todas las cosas que pasaron por mi cabeza. Tantas y tan terribles, que cuando me dijo que había perdido el trabajo, para mí, en silencio, fue un alivio. “¿Ah, es eso?” Jajaja, obviamente no le dije eso a ella. Pero pude estar en ese momento, que para ella fue muy duro. Yo agradecí lo que pasó y eso sí se lo dije. Ella trabajaba más de 40 horas semanales, un trabajo fortísimo. Y no tenía chance de estudiar para la selectividad. Y algo que ella tenía claro era que no quería pasar su vida en trabajos así, por lo que la prioridad era prepararse para estudiar en la Universidad. Sacamos cuentas, y con lo que había ahorrado y un poco de ayuda de su papá , podía estar sin trabajar hasta que presentase sus exámenes.

En el caso de Brenda, la pude acompañar a su primer día de trabajo. La pude apoyar y consolar con su miedo por esa nueva experiencia. A principios de Enero Brenda había obtenido su nacionalidad española. Ya todo empezaba a hacerse un poco más fácil para ella. Su primer trabajo fue de vendedora en una conocida tienda de ropa. Le tocaba lidiar con sus estudios (universidad exigente y Brenda exigente consigo misma)  y con un trabajo que no le encantaba, pero lo necesitaba para poder ser independiente, y ganarse su vida. Nada fácil. Una cosa es trabajar de joven, para pagarte tus gustos y otra es trabajar mientras estudias, para ganarte la vida. Sé que a muchos le toca eso. Pero para mis hijas era un nuevo reto.

A los pocos días yo me devolví a Venezuela, pero dejando dentro de mí, las ganas de volver y la convicción de que debía volver. Mi vida era en España, cerca de mis hijas. Yo esperaba que mis hijas estuvieran tan ocupadas que no pudiéramos casi vernos, pero fue todo lo contrario. Ambas buscaron vernos lo más posible. Con ambas compartí mucho. Hacíamos cenas en casa, fuimos de paseo. Muchas noches el plan esperado era llevarle la comida al trabajo a Sarah, o esperar que Brenda viniese para hacerle su comida preferida. Yo lo tenía claro. Yo debía volver, pero a quedarme. La pregunta es ¿cuándo y cómo?

En ese momento de mi vuelta empezó la etapa más dura de Sarah. Buscó otro trabajo, pero no le fue bien. Tuvo que dejarlo. Se había acostumbrado a ser independiente económicamente. Y entró en una época de tristeza. Iba a ser su cumpleaños, cosa que le encanta celebrar, pero no se sentía contenta.
En el otro capítulo va la continuación de la historia, que es justo mi migración a España.

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