Tiempo
que no escribo, pero en cuarentena hay tiempo de hacerlo y muchas ganas de
retomarlo, también.
Al
final Sí Migramos… Era lo que menos esperaba hacer pocos años atrás.
Quiero contarles como fue el proceso de la familia y el mío en particular, por si estás pasando por algo similar y puedas aprender de mis errores y mis aciertos.
En esta primera entrega me enfoco en la migración de mis hijas. Luego cuento sobre mi migración. Porque ya saben que también migré, persiguiendo a mis hijas. Estoy cumpliendo un año en España esta semana.
No es
una decisión para nada fácil. Y en el caso de mi migración, casi que no tomé yo la decisión. Me vi
empujada a hacerlo, en un momento que me preguntaba todos los días: ¿Me voy o
me quedo? Con los hijos la decisión tampoco es fácil, pero cuando ves que ellos
sí están decididos a migrar, ya la decisión no es tuya, es de ellos, y lo que
yo hice fue apoyarlas en todo lo que pude. Gracias a D-os, también su papá las
pudo apoyar, y eso les facilitó un poco las cosas, o mejor dicho: se les hizo
menos difícil. Porque fácil nunca fue.
En el
caso de Sarah, mi hija menor, desde pequeña tenía claro que ella no estudiaría
ni viviría en Venezuela, luego de graduarse del colegio. Yo creo que en su caso
era porque vivió como la vida fue cambiando en el transcurrir de los años. Vio
como las situaciones cambiaban de cómo las vivía Brenda y luego cómo le tocaba
a ella vivirlas. Por ejemplo: cuando Brenda hizo su Bat Mitzvah, le pudimos
hacer una fiesta muy bella, con amigos, una pequeña orquesta, un buffet
delicioso. Cuando Sarah hizo su Bat Mitzvah, la llevamos a comer a Fridays con
2 amigas. Cuando Brenda empezó a salir con los amigos, no hubo mayor problema.
Cuando le llegó esa edad a Sarah, nos daba miedo, inclusive a ella misma,
salir. Por lo que su vida social se limitaba a ir a casa de amigos y pasar la
noche ahí, para buscarla en la mañana.
Yo me
imagino que en la cabecita de Sarah estaban todas las películas y series que veía
y anhelaba esa adolescencia, no la que se le podía ofrecer en Venezuela. Ella
tuvo la fortuna de poder ver cómo era la vida en otros países, y siempre comparaba. Y se le
sentía en sus comentarios un anhelo de lo que veía afuera y un rechazo de lo
que vivía en Venezuela.
El caso
de Brenda era distinto: ella disfrutó mucho más que Sarah a Venezuela, y
desarrolló un sentimiento de patriotismo distinto. Brenda quería ser
protagonista de la recuperación del país. El migrar era un tema que Brenda no
hablaba. Si en algún momento se lo planteaba, ella estaba negada a irse, aunque tuviera
que quedarse sola en Venezuela.
Pero
ahí ves como el país mismo te decepciona y te hace cambiar ese sentimiento. No
dejas de querer al país, solo ves que él ya no te responde como esperas. Y como
pasa con las parejas: si luchas y luchas, pero la otra parte no corresponde,
toca separarse. No quieres sufrir más.
Sarah
también ama a Venezuela, pero ella ya veía como un caso perdido la relación con
Venezuela, y se le hacía más fácil verse lejos de ella.
Para
ambas era dejar su comodidad, dejar sus amigos, y enfrentar toda una vida
nueva: nuevas costumbres, nuevos estilos. Pero así mismo, era disfrutar por primera
vez una vida NORMAL.
El caso
de Brenda fue el más repentino, el menos esperado. Yo no estaba preparada para
su migración. Todo empezó en el 2017, cuando tuvimos 4 meses de protestas en Venezuela.
Brenda se entregó a las protestas. Mucha gente me preguntaba cómo yo la dejaba
ir. Y mi respuesta era: "Yo quiero ir. Yo quiero luchar por Venezuela. ¿Cómo le
voy a decir a mi hija, haz lo que yo digo, más no lo que yo hago?". Yo he tratado
siempre de colocarme en su edad, y pensar: qué querría yo hacer a esa edad y
qué me gustaría que mi mamá me dijera. Sabiendo siempre que hablamos de una
joven muy responsable.
Ella
creía fielmente que el país necesitaba de ella y de todos los jóvenes para
salir adelante. Dejó el trabajo para poder salir a la calle y colaborar en lo
que hiciera falta. Estuvo de acuerdo en sacrificar un semestre de estudios por
el país. Pero a la vez, se enfrentó con un pueblo que no apoyaba sus ideales.
Vio como jóvenes cercanos a ella morían, y eso la ponía más furiosa, y con más
ganas de seguir protestando. Ella podía ser uno de esos jóvenes, y con la
pasión que la caracteriza, vivió esos momentos con rabia, dolor. Pero esos
sentimientos creo que eran su combustible para seguir luchando. Pero su gran
decepción vino, cuando al cabo de 4 meses de sacrificios y luchas, el país
volvió a la “normalidad”, y nada cambió. Solo casi 200 jóvenes menos, casi 200
familias lamentando su pérdida. Pero seguíamos con el mismo gobierno
autoritario, las mismas o peores condiciones de vida, la crisis económica cada
vez peor, por lo que la seguridad era también aun peor. Todo su sacrificio lo
vio desvanecido, y por supuesto, no quiso seguir luchando.
En el
caso de Sarah, lo vivió un poco más alejada, porque yo no la dejaba ir a las
protestas, solo iba conmigo, y cuando era algo supuestamente “tranquilo”. Lo más
fuerte que ella vivió fueron las protestas en la calle donde vivíamos. Ahí tuvo bombas lacrimógenas, huidas de la Guardia, etc. Y todo esto fue para ella, más bien, una
confirmación de su idea, Venezuela no era el país donde ella quería vivir su
juventud. Ella no tenía claro si volvería para su adultez. Pero por lo pronto,
quería irse a otro país. Sarah es mucho más práctica. Es algo que admiro de
Sarah. Ella no se enfrasca en ideas o situaciones que no tienen solución. Tiene
la capacidad de imaginarse cómo se va a desarrollar el tema, y puede decidir,
previamente, si tiene sentido o no continuar con esa lucha.
En ese
verano, Brenda y Sarah tuvieron la oportunidad de irse a Miami, a estar con su
hermana mayor, por el tiempo que fuera necesario. Pensábamos que quizá las
protestas podían continuar, que habría más muertos, y que las clases no iban a
comenzar a tiempo. Pero nada de eso pasó. Como dije antes, el país volvió a su
“normalidad” surrealista.
Mis dos muchachitas, a los 17 años de Sarah y 19 de
Brenda, se fueron a buscarse la vida a USA. La hermana de ellas, Ana Sofía, las
ayudó al máximo. Consiguieron empleo gracias a ella, y un lugar dónde vivir,
también con el apoyo total de Anita. Pero se puede decir que mis hijas se
mantuvieron solas por esos meses.
En el
momento que les tocaba regresar, al cabo de 2 meses, el papá de mis hijas asomó
la idea de dejarlas afuera definitivamente. Yo me negué rotundamente. A Sarah
le quedaba solo un año de colegio. Cualquier otra opción fuera del país, le
implicaba por lo menos 2 años más de colegio. En el caso de Brenda, ya llevaba
la mitad de su carrera. Le faltaba solo 2 años. Y culminar su carrera le daría
herramientas para buscar trabajo y estudiar su postgrado, en cualquier lugar del mundo.
Pero al
final, lo que pasó fue que Sarah volvió para terminar su colegio, pero Brenda
decidió que no volvía a la Universidad. Inició su búsqueda de a dónde migrar.
Recuerdo nuestras conversaciones. Ella me pedía que aprobara su decisión. Yo lo
que le decía era que no estaba de acuerdo, pero la apoyaba como la que más, en
lo que sea que ella decidiera. Ella lloraba. Le daba miedo la decisión que
estaba tomando. Y necesitaba que yo le dijera que estaba de acuerdo, y lo que
se me ocurrió decirle fue que yo a su edad quise tomar varias decisiones. Mi
mamá no estaba de acuerdo y no pude hacer cosas que quería hacer a su edad. Yo
considero que mi mamá se equivocó en alguna y en otras no, por lo que le dije a
Brenda que yo también me podía estar equivocando. Que no me pida que opine
igual que ella. Que le iba a decir solo una vez lo que pensaba, y luego no se
hablaba más del asunto. Nunca le diré: “Te lo dije”, en caso de arrepentimiento.
Lo que sea que decida, pues hacia allá iremos las 2. Yo pensaba que debía
seguir en Venezuela, terminar su carrera y luego irse. Ya habíamos hablado
Sarah y yo, que ella cursaría un año de universidad en Venezuela, para irnos las 3 juntas luego. Además,
estábamos en el proceso de obtener la nacionalidad españoles, y sería más fácil
migrar siendo español.
Brenda
me decía algo que me hizo entender su desespero por irse: “Ma, mírate cómo
estás. No estás preocupada por mi seguridad. Yo estoy lejos. Trabajo, salgo y
tú no tiene el miedo que tienes cuando yo estoy en Venezuela. Y yo con mi
trabajo, mal que bien, puedo vivir. Me compro mi comida, salgo de vez en
cuando, tengo amigos. Tengo una vida que no veo que pueda tener en Venezuela.”.
Acá es cuando ella se dio cuenta que la vida podía ser distinta (lo que ya
había visualizado Sarah) y que ella la quería vivir. No le importaba dejar
sus comodidades. La casa donde estaba todo listo, comida, cama, etc. Ahí fue
cuando ella empezó a ver su vida primero que su país. Y eso no está mal. Llega
un momento donde a todos nos pasa eso. A unos antes que a otros. Pero nos pasa.
De igual forma me pasó a mí. Como me dijo una vez un buen amigo: "Simy, si ya no
tienes esperanza en el país, vas a tener que irte". Y así le pasó a Brenda. Ya
no tenía esperanza. Ahora le tocaba luchar por su vida, que es lo que le
quedaba. Suena dramático, pero es por lo que uno pasa, cuando decide migrar. La vida en Venezuela no es vida. Uno está es
sobreviviendo cada día. No puedes pensar en un futuro, en un plan. Es vivir
cada día a la vez. Pero lo soportas porque tienes la esperanza que eso va a
cambiar, y tú vas a ser parte de los constructores del nuevo país. Pero cuando
ya pierdes esa esperanza, la vida en Venezuela, no tiene sentido. Sufres cada
día. Sufres con lo que ves a tu alrededor. O sales corriendo o entras en
depresión. Por eso, yo siempre he entendido ambas posiciones. Cuando estaba en
Venezuela, entendía al que se fue. Valiente y atrevido. Ahora que estoy fuera,
admiro a los que siguen en Venezuela: valientes y atrevidos también. Ninguna
posición es fácil.
Brenda
volvió a Venezuela a finales de Noviembre del mismo 2017. Y para el 15 de Enero
del 2018 ella se estaba yendo con visa, inscripción en universidad y todo
listo, para hacer un semestre de intercambio en Madrid, en la Universidad
Carlos III, una de las mejores a nivel mundial en su carrera, Economía.
En
Madrid la recibieron mi hermano Salvador y mi prima Alegría. Siempre agradeceré
que hayan hecho lo que yo no pude hacer, acompañarla en esos primeros días.
Al
llegar a España, a Brenda le tocó firmar en notaría el documento para obtener
la nacionalidad española, por lo que faltaba 10 meses o un año, para ser
española. Ya Sarah y yo teníamos la nacionalidad. A las 2 semanas de llegar
Brenda, ya estaba viviendo en su nueva residencia, cerquita de la universidad,
asistiendo regularmente a clases y buscando las alternativas para quedarse
definitivamente. Otra vez, no fue fácil. Las puertas no se le abrieron de
inmediato, al final tuvo que estudiar para la selectividad. Era como cursar un
semestre de la universidad y el último año del colegio a la vez. Pero gracias a
la disciplina de Brenda logró terminar con éxito su semestre y su examen de selectividad. Obtuvo excelentes notas
en el semestre y aprobó la selectividad tan bien, que quedó en su misma
universidad y en su carrera. Se dice fácil, pero no lo fue para ella. Muchas
veces lloraba y se cuestionaba si había decidido lo correcto. Muchas veces
estuve tentada a dejar todo e irme a apoyarla, a estar con ella, a abrazarla y
decirle que todo iba a estar bien, como hacía en casa, cuando algo le salía
mal, pero nos tocaba a ambas seguir adelante sin ese abrazo. Solo palabras
(escritas y habladas) de apoyo y aliento. Obviamente mi rendimiento en el
trabajo se vio muy afectado. Y empecé a ver la opción de yo también migrar,
luego de irse Sarah. Y lo expresé así en el trabajo. Ya no tenía la motivación
de hacer vida en Venezuela. Pero no tenía más alternativa en ese momento.
Brenda
volvió a Venezuela a finales de Junio del 2018, con un semestre aprobado y el
ingreso a la universidad deseada aprobado también. Vino a renovar la visa, al
grado de Sarah, y desde mi punto de vista, a despedirse definitivamente de su
país, amigos y familia. Mi muchachita salía de
casa definitivamente a sus 21 años.
En esos
2 meses y medio que estuvo en Venezuela, y que además eran también los últimos
meses de Sarah en Venezuela, busqué que la pasáramos lo mejor posible juntas.
Como dije una vez, fui más abuela que madre. Bajé al mínimo mi nivel de
exigencia en casa. Yo solo las quería disfrutar. Para mi cumple, fuimos una
semana a Los Roques. Las tuve para mi sola. Nada de amigos, redes. Las playas,
los paisajes maravillosos, ellas y yo. De las mejores vacaciones que hemos
tenido juntas, aunque nos achicharramos un poco. Quizá 4 días habría sido
suficiente, pero igual estuvo riquísimo.
Luego
de varios sustos y malos ratos en el consulado de España, y después de una
“ayudaita” de la abuela Esther, Brenda logró obtener su nueva visa de
estudiante e irse a España a principio de Septiembre, justo para comenzar su
primer semestre formal en la Universidad Carlos III.
Hablemos
ahora sobre la Migración de Sarah. Tampoco fue fácil, pero sí muy diferente.
Sarah estaba entre quedarse en Venezuela un año más, mientras hacía la
selectividad, o irse en enero para cursar la selectividad en España. Yo le
recomendé que se fuera lo antes posible. Que no iba a hacer nada en Venezuela,
si no iba a estudiar. Que mejor se iba pronto, buscara trabajo (ya tenía 18
años) y ahorrara algo, mientas llegaba la fecha de comenzar las clases de
selectividad. Y fue lo que hizo. Sarah se fue a mediados de Octubre, mes y
medio después de Brenda. Para mí fue el comienzo de una nueva etapa, lo que
llamamos en Venezuela: los padres huérfanos. Una cosa es despedir de casa a tu
hijo, cuando ya tiene una carrera, y sabe salir adelante por sus propios medios,
porque lo has visto, como quizá nos pasó con toda mi generación. Pero otra
muy distinta es despedirla para que vaya a probar suerte. Brenda tenía un plan,
Sarah iba a ver qué lograba hacer. Su plan era para el próximo año. Pero ella
lo hizo muy bien. Mi pioja de 18 años, se comportó como toda una mujer valiente y responsable.
Consiguió trabajo y se hizo independiente. Ella se ganaba la vida trabajando en
una pastelería, pero trabajando duro. Y a la vez, se daba sus gustos. Siempre
he dicho que Sarah es hija de una princesa y su exigencia en el nivel de vida
es alto. Pero creo que ella estaba satisfecha con lo que estaba viviendo. Un
trabajo muy duro, no muy bien tratado, pero su objetivo lo tenía tan claro, que
pa’lante es pa’llá. Así es ella.
Mientras
tanto yo me quedé en Venezuela, con todo el tiempo del mundo libre, pero en un
país donde no hay mucho qué hacer. Logré consolidar mejor el plan B de trabajo,
el que, sin saber, iba a ser mi base para cuando yo migrara. En ese momento
no lo tenía muy claro, pero tenía el tiempo y la motivación, para que ese plan
B fuera una buena opción. Al punto, que decidí renunciar al trabajo en
Diciembre del 2018, porque tenía planificado ir a Madrid mes y medio, a ver a
mis hijas, apoyarlas en lo que necesitaran, darles lo que no pude cuando se
fueron, y no quería estar atada a un trabajo. A la vez, el viaje también iba a ser una experiencia de qué tal es
vivir en Madrid para mí. Otro objetivo del viaje era ver a mi tía Raquel, que
se había ido el año anterior. Quería que mi mamá pasara tiempo con ella. Por
eso alquilé un apartamento muy pequeño, para mi mamá y para mí, en el centro de
Madrid, de 30 mt2. Un cuarto, un baño, una cocina integrada a la sala, con un
sofá cama, que casi nunca lo pasó vacío, gracias a D-os, ya que esa era mi
idea. Yo quería tener un lugar, sencillo, lo más económico posible, pero
céntrico para que a mis hijas les fuera fácil venir, para que pueda ir con mi
mamá a dónde sea, y que tenga una vida alrededor, para que mi tía pueda bajar a
tomarse un café. Logré todo eso y más. Nuestra casita siempre estuvo full, si
no era Brenda, era Sarah, o eran ambas, o era mi tía Raquel, y para más
sorpresa, también pasaron por ahí mi hermano Salvador y mi queridísima amiga
Nelly. Y adicionalmente, mi mamá logró ir a Israel a ver a mi hermano Samy y
toda su familia. Como dice mi mamá: en mes y medio estuvo con sus 4 hijos.
Nelly es una hija más para mi mamá. Y yo
logré estar en momentos claves de mis hijas.
Ayudé a
Sarah a mudarse. Acá pasó algo muy cómico. Ella estaba trabajando. Ya habíamos
llevado a casa alguna cosas, pero aún quedaba un perolero por traer. Sarah
contrató un Uber y yo fui hasta su casa. Bajamos las cosas, y me fui yo con el Uber a mi casa, mientras
Sarah iba a su trabajo. El chofer del Uber resultó ser una extranjero recién
llegado a Madrid y que apenas hablaba español. No conocía muy bien la ciudad,
para no decir nada bien. En esos mismos días había protestas de los taxis
contra los Uber. Recuerden que yo estaba montada en un Uber. Pues el señor se
ha equivocado y se ha metido en una calle donde no había paso y justo pasaba
por ahí una de las protestas de los taxistas. La comidilla perfecta. El Uber
quedó atrapado en una calle sin salida y rodeado de protestantes. Miles de
fotos, golpes al carro, insultos, y yo ahí temblando. Sin poderme bajar, porque tenía los
17 bultos de la mudanza de Sarah. El señor necesitaba retroceder. La vía que
había tomada terminaba en un boulevard. No había paso. Pero rodeados como
estábamos, no podía moverse. El señor, la verdad, respondió muy bien. No
dejaba de sonreír. Nunca se alteró. Y salimos de ahí, por fin. Yo creo que no
fueron más de 5 minutos en el medio de la protesta, pero para mí fue como una
hora interminable.
También
estuve con Sarah cuando perdió el trabajo. Ella me lo venía diciendo. El jefe
era una persona muy maltratadora y Sarah no se aguanta nada. Ella te va a decir
lo que siente, porque ella tiene claro que se merece el respeto de la gente.
Ella tiene claro su valor como persona, como mujer. Y no se va a dejar
pisotear. Aguantó porque ese jefe no estaba muy presente, pero cuando empezó a
estar más presente, ella me iba diciendo: "Ma, dudo que aguante mucho más en el
trabajo. No soporto cómo nos trata el dueño del negocio. Me van a terminar
botando".
Una
noche, a las 12 o 1 de la mañana, me llama y me dice: ¿Ma, puedo ir para tu
casa? Uff, claro. Vente que estoy acá esperando. No tienen idea de todas las
cosas que pasaron por mi cabeza. Tantas y tan terribles, que cuando me dijo que
había perdido el trabajo, para mí, en silencio, fue un alivio. “¿Ah, es eso?” Jajaja,
obviamente no le dije eso a ella. Pero pude estar en ese momento, que para ella
fue muy duro. Yo agradecí lo que pasó y eso sí se lo dije. Ella trabajaba más
de 40 horas semanales, un trabajo fortísimo. Y no tenía chance de estudiar para
la selectividad. Y algo que ella tenía claro era que no quería pasar su vida en
trabajos así, por lo que la prioridad era prepararse para estudiar en la
Universidad. Sacamos cuentas, y con lo que había ahorrado y un poco de ayuda de
su papá , podía estar sin trabajar hasta que presentase sus exámenes.
En el caso de Brenda, la pude acompañar a su primer día de trabajo. La pude apoyar y consolar con su miedo por esa
nueva experiencia. A principios de Enero Brenda había obtenido su nacionalidad
española. Ya todo empezaba a hacerse un poco más fácil para ella. Su primer
trabajo fue de vendedora en una conocida tienda de ropa. Le tocaba lidiar con
sus estudios (universidad exigente y Brenda exigente consigo misma) y con un trabajo que no le encantaba, pero lo necesitaba para
poder ser independiente, y ganarse su vida. Nada fácil. Una cosa es trabajar de
joven, para pagarte tus gustos y otra es trabajar mientras estudias, para ganarte
la vida. Sé que a muchos le toca eso. Pero para mis hijas era un nuevo reto.
A los
pocos días yo me devolví a Venezuela, pero dejando dentro de mí, las ganas de volver y la
convicción de que debía volver. Mi vida era en España, cerca de mis hijas. Yo esperaba
que mis hijas estuvieran tan ocupadas que no pudiéramos casi vernos, pero fue
todo lo contrario. Ambas buscaron vernos lo más posible. Con ambas compartí
mucho. Hacíamos cenas en casa, fuimos de paseo. Muchas noches el plan esperado
era llevarle la comida al trabajo a Sarah, o esperar que Brenda viniese para
hacerle su comida preferida. Yo lo tenía claro. Yo debía volver, pero a
quedarme. La pregunta es ¿cuándo y cómo?
En ese
momento de mi vuelta empezó la etapa más dura de Sarah. Buscó otro trabajo,
pero no le fue bien. Tuvo que dejarlo. Se había acostumbrado a ser
independiente económicamente. Y entró en una época de tristeza. Iba a ser su
cumpleaños, cosa que le encanta celebrar, pero no se sentía contenta.
En el otro capítulo va la continuación de la historia, que es justo mi migración a España.